El juego está presente en el arte de Alexander Calder. Tenemos el antecedente de su famoso circo, en el que como un niño se dedicó por varios años a la creación de un mundo que organizaba como un pequeño dios. Luego su juego buscó hacerse más retador y añadió algo de libre arbitrio, algo fuera de la decisión del que juega, un elemento aleatorio como signo del azar y la libertad. Así incorporó el viento, que le permitió continuar el juego aunque él ya no estuviera allí, contemplar el juego aunque él ya no pudiera o quisiera jugar.
“Juguemos un poco” es lo que Calder habría dicho a Carlos Raúl Villanueva cuando este en 1952 le expresó la imposibilidad técnica de instalar los “platillos voladores” dentro del Aula Magna de la Ciudad Universitaria de Caracas. La actitud de enfrentar el arte no como un “problema” sino como un juego animado por el desafío de superar lo conocido y construir otra realidad es significativa. Su intuición no falló, sobre todo si se contempla la feliz integración de arquitectura, forma, color e ingeniería de sonido para lograr un espacio único con una acústica admirable.
La concepción del espacio en Calder se basa en parte en esa actitud lúdica, la misma que sirvió de respuesta a la necesidad moderna de crear algo que no existiera con anterioridad. Esto le facilitó el uso de diversos medios expresivos y en particular le permitió replantear el lugar tradicional para la disposición de una obra de arte. Su interés parecía querer resaltar la idea de un mundo que está en constante cambio pero que al mismo tiempo no pierde su integridad. Para abordar esa aparente contradicción, Calder exploró las fuerzas que determinan el equilibrio, incluso a partir de aquellas que como el viento pretenden cuestionarlo.
Crecemos y tendemos a salir del mundo encantador del juego, una ilusión que solo se puede mantener encendida por medio de la creatividad. Además de ser un fundamento de la expresión artística, la creatividad es un campo de juego que se presta para enfrentar muchas situaciones cotidianas. La obra de Calder nos muestra cómo una actitud que evoca la dimensión del niño que juega es propicia para el desarrollo creador y para alcanzar soluciones que se alejen de la conformidad y lo establecido. Con ese estímulo uno podría volver a mirar sus joviales realizaciones y tal vez el día que se tiene por delante.
Créditos de la imagen: Alexander Calder. Platillos voladores. Aula Magna, Ciudad Universitaria de Caracas, 1953. Foto: Félix León Carrillo
Deja una respuesta