A principios de los cincuenta, Robert Ryman (Nashville, Estados Unidos, 1930-Nueva York, 2019) se encuentra en Nueva York decidido a convertirse en músico de jazz. Era tal su motivación que llegó a tomar clases de improvisación con el célebre pianista Lennie Tristano.
No obstante, un día Ryman comenzó a experimentar por su cuenta con pigmentos, telas y pinceles para ver lo que podía sacar de esos materiales.
De formación autodidacta, en su determinación de dedicarse por completo a las artes visuales influyó el empleo que en aquellos años consiguió como vigilante en un museo: el Museum of Modern Art.

Un vigilante que lo miraba todo
En una entrevista con Robert Storr, que apareció publicada en el número 17 de la revista October (1986), Ryman recordaba esta época en el MoMA:
“Yo era muy abierto, aceptaba todo lo que veía. Quiero decir que no rechazaba nada, miraba a cientos de pintores. Claro está que a los gigantes de entonces los miraba más: Matisse, Cézanne, Picasso, etcétera. Pero debía ser muy ingenuo. Pensaba que todo lo que había en un museo era digno de estar allí. Así que lo miraba todo y de todo sacaba algo”.

Lo que ves es lo que es
Este ambiente le brindó la posibilidad de mirar de cerca mucha buena pintura, y ya para finales de aquella década se empiezan a perfilar algunas características que definirán su trabajo.
Calificada con frecuencia dentro del minimalismo, la obra de Ryman se resuelve de un modo que se podría asociar a una experiencia sensual, dadas las cualidades táctiles que emanan del material.
En sus pinturas, casi siempre formatos cuadrados con luminosos matices de blanco, no se intenta activar ningún tipo de simbolismo o metáfora. Lo que se ve es lo que es, una interacción entre el pigmento, el pincel y la superficie que es organizada pacientemente por la intuición de su autor.

El cómo de la pintura
Ajena a los grandes hitos históricos del arte moderno, la obra de Robert Ryman se ofrece como hecha para el presente más inmediato de su significado: un objeto material y estético donde se experimentan una serie de signos y la sustancia de la que están hechos.

Se impone la idea de que la única posibilidad de interpretación es una imagen pictórica que no es otra cosa sino la pintura misma. Y sin embargo allí radica el atractivo de estas obras que invitan a un tiempo sosegado para la contemplación, porque para Ryman el problema de la pintura no era qué pintar sino cómo pintar. “El cómo de la pintura ha sido siempre la imagen”.